Una angustia en concreto

En la mañana, mientras tomaba café y veía tiktoks, pensaba en la soledad que he sentido en los últimos días. Una soledad que hace rato no sentía y que únicamente siento cuando estoy aquí, en mi casa. Como si a la casa le faltara vida, ¿me entendés? Pero no la vida que le dan mis gatos o mis plantas, sino la de alguien que esté aquí, alguien con quién hablar del último stream de Ibai o ver el último video de Luisito Comunica.

En eso, volví a ver a la pared y le encontré un golpe. Era como si le hubieran pegado un mazazo. Pensé ¡qué mierda! porque ahora tendré que lidiar con don Jorge el que me alquila para ver si algún día viene a tapar eso, y con suerte, no se haga el loco con el depósito.

En la tarde, regresé a la casa después de una reunión y vi que el golpe se descarapeló por completo. Pero no solo eso, del hueco en la pared salió una boca, ¡una puta boca! Y no, no es que el hueco tenga una forma parecida. No. ¡Bostezó y se pasó la lengua por los labios!

Llamé a Beto, mi amigo que vive acá en el edificio, solo para que confirmara que no estaba alucinando. Entonces vino, la vió, me confirmó y no se fue sin antes hacer la pregunta más importante de todas: ¿¡Por qué diablos hay una boca en la pared!?

Pensé que podría ser algún tipo de expresión artística arquitectónica, pero hasta el momento, en cuanto a expresar, no ha expresado nada. O puede que traiga un mensaje, ¿¡pero de dónde!? 

Con todo el miedo del mundo, traté de hablarle. Le dije “hola”. O sea, no es la gran frase de contacto con otro ser paranormal que pondrán en los periódicos, pero tampoco estaba preparado para esto ¿entendés? De todas formas, no se dignó a responder. 

Salió presumida, ¡fijate! Digo, ya tengo tres años acá y desconocido no soy.

¿Será que me odia? ¡Pero si yo no le he hecho nada! Yo sé que a veces se me olvida limpiarla, pero bien que la tengo decorada lindísima con cuadros y fotos polaroid. Qué malagradecida. 

Ahora bien, esta pared siempre ha estado aquí, sabe absolutamente todo lo que ha pasado acá. ¿Y si vienen mis amigos y les cuenta que he estado llorando otra vez? O sea, normalmente les cuento pero es que ya es mucho y no los quiero molestar. ¿O si traigo a alguien que me gusta y le suelta un “me caía mejor la anterior”? No, no, qué mierda. Ya no voy a poder traer a mis amigos. Con lo que a mí me encanta. ¡Puta, ya me dieron ganas de llorar!

Mientras pensaba todo esto, noté que en el piso había otro golpecito. Esta vez no me esperé y lo empecé a descarapelar yo mismo para ver qué había.

Un oído era lo que había.

Probé hablarle nuevamente: “Este es un pequeño hola para la pared, pero un gran saludo para mi sala de estar” (¡Buah, lo intenté!).

Inmediatamente la boca responde con un “¡Buenas, buenas! ¿Ya está el café? Jaja, disculpá, no sabía que estabas ahí”. Y entonces empezamos a conversar. 

Hice café y tostadas, puse una cortina porque a esa hora de la tarde el sol siempre le da en la cara y empezó a contarme de su vida. Resulta que quería charlar conmigo porque se había estado sintiendo sola. Sentía como si a la casa le faltara vida.

Anterior
Anterior

Kamikaze 2016

Siguiente
Siguiente

Vasos Vacíos